Por Nancy Steinberg, psicóloga
Hace algunos días, una mamá joven comentó las ideas que planteo en mi columna mensual de la revista bbmundo y argumentó que todos los niños deben tener alguna razón para temer a sus padres. ¡No lo podía creer!
Como ella, cientos de mamás proponían los gritos, las amenazas y las nalgadas como recurso eficaz para formar hijos obedientes y educados, dando ejemplos de cómo, aun en nuestros días, les han servido los golpes y las intimidaciones desde los primeros berrinches.
¿Cuál es la razón para insistir en que el castigo no sirve, a pesar de que en miles de hogares se sigue aplicando? Prohibido Castigar es un movimiento que propone la búsqueda de opciones efectivas para la disciplina. Se origina de la premisa demostrada de que los castigos no funcionan, sino al contrario: dañan las relaciones afectivas creando un ambiente de hostilidad y dan lugar al resentimiento, temor y surgimiento de nuevos castigadores, quienes al no conocer otras alternativas, se guían por un método que no da resultados positivos.
¿Por qué se castiga?
Es un intento de educar, corregir la conducta del niño y mejorar la convivencia. Al castigar y no obtener resultados, la madre se siente culpable, desorientada, poco eficiente o desesperada. Entonces, ¿por qué lo sigue haciendo?
- El castigo se aplica porque la mamá está convencida de que si algo no funciona en su autoridad, se debe a que está haciendo algo mal o el castigo no ha sido lo suficientemente severo, así que considera que la dureza de éste debe aumentar
- Las mamás se resisten a dejar de castigar por no encontrar otras alternativas
Al iniciar el movimiento Prohibido Castigar, imaginé que se levantaría polémica; por un lado, entre padres que consideran que “Prohibido Castigar” es sinónimo de permitir que los hijos hagan todo lo que quieren o que se trata de solapar o hacer como si nada hubiera pasado; por otro lado, entre las mamás que piensan que ante todo hay que ejercer el control sobre los niños con un “aquí mando yo” sin posibilidad de negociar.
5 razones por las que el castigo no funciona
- No existe una relación causa-efecto entre el castigo y la conducta que se intenta modificar. ¿Qué relación hay entre, por ejemplo, no estudiar y no ir a casa de algún amigo?
- No hay relación de temporalidad entre la conducta y el castigo. Por ejemplo, tu hijo reprueba en enero y no se va de viaje en diciembre
- No hay consistencia en la aplicación de las reglas en casa. En ocasiones, el niño ni siquiera tiene claridad con respecto a cuáles son las reglas en familia
- Acompañamos el intento de disciplinar con una amenaza que, frecuentemente, no se cumple, por lo que la figura materna pierde credibilidad
- El niño está dispuesto a “pagar el precio” por salirse con la suya; como dice el dicho popular, “lo bailado nadie me lo quita” o “más vale pedir perdón que permiso”
Por estos y muchos motivos más, creer que los castigos funcionan es como esperar que una persona mejore con el medicamento equivocado. No hay dosis correcta… ¡Simplemente no funciona!
Entonces ¿Qué hacer?
- Lo primero es revisar si estás consiguiendo lo que deseas con la conducta de tu hijo
- Identifica si para lograr que se comporte de forma correcta, la relación entre ustedes debe verse afectada
- Observa si logras que obedezca a la primera indicación, o tienes que repetirle las cosas hasta que tu paciencia se agote y necesites gritar
- Analiza si al final del día tienes una sensación de agotamiento, insatisfacción, frustración e ineficiencia
En muchas ocasiones, la madre desea que la conducta de su hijo mejore o simplemente quiere forzarlo a que haga lo que ella pide… ¡Eso no es disciplinar!
El verdadero objetivo de la disciplina es la guía, el aprendizaje y el desarrollo de habilidades sociales. Forzar a un niño a obedecer no tiene nada qué ver con esas metas, por lo que la propuesta es buscar la forma de colaborar juntos.
Imagina, por ejemplo, que tu hijo no obedece cuando le dices que es hora de darse un baño; repites la indicación tres veces y, al final, das un grito. Seguramente él se bañará molesto, y tú para ese entonces estarás también de mal humor.
Comienza por no desesperarte; no lo jales o impongas castigos como irse a la cama sin cenar o apagarle el televisor. Esto no significa que lo dejes “salirse con la suya”, debes transmitirle tus sentimientos y que él sepa que te genera molestia que no obedezca.
Puedes intentar lo siguiente: “Cuando te pido que te bañes y no me obedeces, me siento molesta; tengo que repetirte la misma cosa muchas veces y sólo obedeces cuando te grito… eso me pone triste. ¿Qué hacemos para que esto cambie?”
El ejemplo anterior permite analizar los elementos fundamentales de Prohibido Castigar:
- Utilizar un tono de voz normal, con lo que invitas al diálogo y muestras que tienes el control de la situación y de ti misma
- Describes tus sentimientos: “me siento molesta”, “me cansa”, “me pone triste”; eso permite que tu hijo se dé cuenta del efecto de sus acciones sobre los demás
- Invitas al niño a buscar una solución concreta: “¿Qué hacemos para que esto cambie?”
Como puedes darte cuenta, los castigos no son necesarios para lograr que tu hijo muestre una conducta adecuada, sólo es necesario encontrar nuevas alternativas que no dañen la relación entre ustedes.
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