Se
honesto con tu trabajo:
No
consiste solo en ser honesto en la forma que desempeñas tu trabajo, en lo que
te dediques, sino en ser honesto en todo lo que hagas durante el día. Es decir,
ser sincero y honesto en tu forma de actuar contigo mismo y con los demás.
Podemos
llamarlo integridad. Cuando hacemos menos de lo que sabemos que podemos dar,
cuando cumplimos haciendo solo lo que se espera de nosotros, no somos honestos.
Cuando nos perdonamos actos que no toleramos en los demás, no somos honestos.
Cuando nos mentimos a nosotros mismos para lograr un propósito, no somos
honestos. Cuando decimos que somos tal profesión pero ni la practicamos ni nos
renovamos y actualizamos (con el tema energético conozco muchas personas que
descuidan la práctica del reiki y ni siquiera se tratan a ellas mismas)
Cuenta
una vieja leyenda budista china que, allá por el año 250 a. de C., vivía en la
antigua China un príncipe de la región de Thing-Zda, al norte de país, que
estaba a punto de ser coronado emperador. De acuerdo con la ley, debería
casarse previamente. Sabedor de esto, resolvió establecer una prueba entre las
jóvenes de la corte para descubrir de este modo aquella que resultase digna de
su propuesta.
Al
día siguiente anunció el príncipe que recibiría, en un acto especial, a
todas las pretendientes a su mano y lanzaría un desafío. Una vieja dama, criada
del palacio desde hacía muchos años, al oír los comentarios de los preparativos
sintió una cierta tristeza, pues sabía que su joven hija estaba profundamente
enamorada del príncipe.
Al
llegar a casa y contar a la joven lo que el príncipe se proponía hacer, se
quedó asombrada al oír de labios de la joven que esta se proponía asistir al
acto. Entonces, le preguntó incrédula: ¿Qué pretendes encontrar allí, hija mía?
¿No comprendes que estarán presentes todas las jóvenes más ricas y bellas de la
corte? Aparta esa idea de tu cabeza. Sé lo que sufres, pero no conviertas tu
sufrimiento en una locura. Pero la hija le respondió: Mi querida madre, no
estoy sufriendo y tampoco estoy loca. Sé que jamás podré ser la elegida, pero
esta es mi oportunidad para que , al menos , pueda estar durante un momento
cerca del príncipe. Esto ya me hace feliz, pues bien sé que otro es mi destino.
Esa
noche llegó la joven a palacio. Como era de esperar, allí se encontraban todas
las jóvenes más bellas, ataviadas con sus vestidos más hermosos, adornadas con
las más ricas joyas y llenas de toda determinación. Finalmente, el príncipe
anunció las reglas del desafío: daré a cada una de vosotras unas semillas.
Aquella que dentro de seis meses, me traiga la más bella flor, será escogida
para convertirse en mi esposa y futura emperatriz de China.
La
propuesta del príncipe se encontraba acorde con las profundas tradiciones de
aquel pueblo que valoraba mucho el hecho de “cultivar” algo, ya fuera una
costumbre, una amistad o una relación. Pasó el tiempo y la dulce joven, como no
tenía mucha habilidad en labores de jardinería, cuidaba con mucha paciencia y
ternura la semilla que había recibido, pues estaba segura que si la belleza de
la futura flor llegara a ser tan grande como el amor que sentía por el
príncipe, no tenía necesidad alguna de preocuparse por el resultado. Pero
transcurrieron los seis meses y nada había florecido.
La
joven lo intentó todo, utilizando cuantos métodos conocía, pero nada había
nacido de la semilla y cada día veía más lejos su sueño, al tiempo que cada vez
sentía más profundo su amor.
Finalmente,
transcurrieron los seis mese y nada había florecido. Consciente de su esfuerzo
y dedicación, le dijo a su madre que, independientemente de las circunstancias
presentes, pensaba volver al palacio en la fecha y hora establecidas, pues no
pretendía otra cosa que sentirse durante un momento cerca del príncipe.
Así
pues, en la fecha señalada, allí estaba ella, portando un vaso vacío, mientras
las demás jóvenes portaban su flor, cada una de ellas más bella y rara que la
de sus rivales. La joven se sintió absorta ante tanta hermosura. Nunca había
presenciado nada igual. Por último, llegó el instante tan esperado. Apareció el
príncipe y fue observando, con mucho cuidado y atención, cada una de las flores
que portaban sus pretendientes.
Tras
contemplarlas todas un vez más, anunció su veredicto: su futura esposa sería la
joven del vaso vacío. Pero, con mucha serenidad, el príncipe explicó su
decisión: Esta joven fue la única que cultivó la flor que la hace digna de
convertirse en emperatriz: la flor de la honestidad, pues todas las semillas
que entregué eran estériles.
No existe mejor descanso que una conciencia limpia y tranquila. Vive, disfruta la vida siendo honesta y responsable que no quiere decir que vayas acelerada y tengas que hacer mil cosas, aprende a escucharte y desarrolla tu intuición.
El mundo puede
cambiar, empieza por uno mismo.